EMPATIA
- Eduardo Grecco
- 11 dic 2015
- 1 Min. de lectura

No siempre estamos preparados para escuchar el dolor ajeno, los sinsabores de la vida, las rupturas en el amor, o la cotidiana noticia de un malestar del alma. No nos damos cuenta que todas esas cosas, que llegan a cada uno de nosotros, son también parte nuestra que el otro nos recuerda. Pero, ocurre, que en muchas oportunidades, tampoco somos capaces de saborear la dulzura de las alegrías ajenas. Ni las tristezas ni las alegrías de otros nos son extrañas o forasteras. Son parte nuestra, es un cordel que nos une con el otro. Y, es natural, que hermanos en el viaje, el padecer o gozo del otro nos resuene. Cerrarnos a ese repicar es quitarnos la posibilidad de conocer algo más sobre nosotros. Eduardo Grecco
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